Y … la avenida estaba repleta de coches sin humo,
silenciosos, circulando de forma agradable, sin prisas, sin atascos a la hora
punta de llegar al trabajo. La calle era empinada, muy empinada, ascender por
aquella calle era algo similar como acercarse poco a poco a la luna; a aquella
luna que miramos cuando la noche está estrellada y escuchamos a la lechuza
cantar alegremente a las criaturitas de la noche. Los establecimientos bajaban su cristal transparente eléctricamente
para anunciar que estaban abiertos; los artículos en venta ascendían desde el
subsuelo con una sutileza silenciosa hasta alcanzar la altura adecuada para
facilitar su venta.
Bruno realizaba todos los días el mismo recorrido para llegar
al laboratorio; aquel lugar con olor a fresa, de paredes con espejos y sillones
con cables y ventosas rosas.
-
Hola, buenos días.
-
Buenos días Bruno, siéntate en ese sillón y coloca tu cabecita en este lugar.
Un señor con bata de colores que parecía estar nueva a pesar
de las veces que la había lavado, pelo largo y sonriente, le pegaba aquella
pequeña ventosa en la conexión circular situada detrás del pabellón auricular
izquierdo de su cabecita y en tan solo unos segundos Bruno ya poseía en su
pequeño todavía intelecto todos los contenidos necesarios para seguir con su
aprendizaje diario.
Despacio y sin prisas, Bruno se levantó de aquel sillón lleno
de cables con ventosas, se despidió de aquel señor y como todos los días siguió
caminando a su escuela.
Más o menos a la hora determinada iban llegando los niños.
Éstos esperaban a sus compañeros en un patio lleno de árboles gigantes,
frondosos, verdes y con un perfume agradable, que producían unas sombras gigantescas
donde los niños podían alegremente compartir sus experiencias.
Desde una gran rama llena de hojas con un verde intenso, estaba
colgada una gran lente finísima casi inapreciable, en ella se proyectaba una
luz cálida que mostraba vídeos, juegos, cuentos o cualquier material atractivo
para el aprendizaje de esos niños.
En el suelo apoyadas
sobre césped bien cortado yacían unas almohadas mullidas por el algodón fresco
de ovejas esquiladas de Granada donde se sentaban, se acostaban o se
acurrucaban los niños dispuestos a aprender. A la derecha de estas almohadas se
podía observar casi enterrado una conexión USB, donde los niños conectaban sus
dispositivos electrónicos para interactuar con la gran lente colgada y con sus
compañeros.
Y era en es lugar donde los niños aprendían, donde la maestra
les enseñaba lo importante para ser ciudadanos, era en ese lugar donde debatían
lo interesante, donde se expresaban y compartían ideas, donde aprendían a ser
críticos con todo lo que les rodeaba. Porque toda la sociedad era consciente
que lo importante no era la adoctrinar en contenidos sino era...
Aquel bonito lugar donde aprendemos
González Clavel, Lorena